domingo, 17 de febrero de 2013

amour



El austríaco Michael Haneke (Funny Games, The White Ribbon) sostiene que, a diferencia de la novela, el cine en general todavía no acepta que la realidad y su percepción pueden ser fragmentadas. Para el cine, según el director, la realidad siempre es explicable. Con Amour, Haneke se propone revertir esa noción, crear un universo fílmico en el que, como en la "realidad", las motivaciones, acciones y sentimientos de los personajes que lo habitan no responden necesariamente a las lógicas de la narrativa y los guiones, sino a las de los propios seres humanos, mucho más inexplicables de lo que el cine pretende hacernos creer.

Georges y Anne Laurent (Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva respectivamente) son un matrimonio de ancianos. Antiguos profesores de música, disfrutan de asistir a conciertos en Paris y de su mutua compañía en los años finales de su vida. Una mañana, durante el desayuno, Georges nota que Anne no responde a preguntas ni a estímulos ni parece poder hacer uso de sus sentidos. Luego de recuperarse no recuerda nada de lo ocurrido. Georges y Anne consultan al médico que aconseja operar a Anne de una arteria carótida obstruida, pero la operación fracasa dejando a Anne postrada en una silla de ruedas y con la mitad del cuerpo paralizado. Lo que sigue es el angustiante eclipse de Anne mientras Georges acepta que su tiempo juntos está finalizando.

Haneke se aleja completamente del tratamiento más "tradicional" de la enfermedad y la muerte que ya conocemos. En Amour no hay lugar para sentimentalismos o discursos de despedida edulcorados; nuestra relación con los protagonistas no pretende ser la de conocidos. El amor entre dos personas (que existe al menos en el inicio de la película) es ajeno a terceros, pertenece a Georges y Anne exclusivamente e intentar comprenderlo sería intentar ser uno de ellos, estar dentro de su cabeza, pero en Amour sólo podemos ser testigos lejanos. 

El devenir de Anne, compuesto por Riva con una maestría que sólo otorga la extensa experiencia, plantea las preguntas que no vemos a Georges realizarse, pues su mundo interior no se nos revela. Georges promete a Anne no volver a llevarla al hospital o internarla en un asilo donde puedan encargarse mejor de ella y asume los cuidados mientras se hace a la idea de que la vida de Anne terminará antes que la suya. Es un gesto de amor hacia Anne, pero ¿cuánto dura el amor cuando la persona que tiene delante deja de ser la mujer de la que se enamoró con cada día que pasa? Luego de un segundo ataque el estado de Anne empeora, es cada vez menos Anne y cada vez más un ser irreconocible para Georges. Georges debe vivir dos vidas ahora, hacerse cargo de cada una de las necesidades de Anne como si fuesen propias: alimentarla, vestirla, trasladarla, llevarla al baño, bañarla. Haneke expone esa dependencia con crudeza, no deja lugar a la ternura o al romanticismo y es esa decisión la que nos permite preguntarnos si el accionar de Georges sigue respondiendo al gesto de amor o a la responsabilidad, a una concepción del deber-ser que convierte  a Anne en una carga. Y si lo es, ¿podemos culparlo? ¿podemos juzgar sus decisiones?

El despojo afectivo de la narrativa se ve intensificado por la cámara de Haneke: fría, distante, toma a Georges y Anne en largos planos estáticos que intensifican la sensación de tedio que significa la tarea de Georges y la relación con su esposa. Pero el director encuentra también, en medio de la frialdad que significa su enfoque realista, el lugar para lo ambiguo, e incluso para el misterio. La secuencia inicial en la que la policía ingresa al departamento de Georges y Anne para encontrar el cuerpo de la mujer en la cama llena de flores plantea al espectador la pregunta que lo perseguirá durante la totalidad del film: ¿cómo se llegó a ese escenario? Una escena onírica posterior es casi que con seguridad la escena más terrorífica que podemos encontrar en una sala de cine en este momento, incluyendo las películas de terror. 

Haneke juega con el simbolismo mientras el camino de Georges se separa del de Anne, pero no pretende forzar contenidos al espectador. Un pichón de paloma ingresa constantemente al apartamento de la pareja y las reacciones de Georges se transforman conforme su esposa también se transforma. Mientras esperamos el final, sin darnos cuenta, Haneke nos ha absorbido en su obra maestra.

5.0/5.0

1 comentario: