martes, 13 de noviembre de 2012

argo


Cualquiera que sea la convención más o menos  vox populi respecto a Ben Affleck, es casi seguro afirmar que una gran mayoría lo asocia en primera instancia con comedias románticas, dramas edulcorados, y algún que otro super-héroe cegatón. Lo cierto es que no todos recuerdan las primeras colaboraciones del actor con Kevin Smith, o que es co-autor del guión de Good Will Hunting (Van Sant, 1997) y director de Gone Baby Gone (2007). La imagen de Affleck como un cineasta (más que) competente y de relevancia no es todavía parte de nuestro discurso habitual, y es una pena, porque escondido debajo del galán, Ben Affleck demuestra con Argo, su tercer film como director lo que se empezaba a sugerir en sus trabajos anteriores: un cineasta de nivel.

Argo narra el episodio real de la extracción de seis diplomáticos estadounidenses de Irán durante la toma de la embajada norteamericana en ese país a finales de 1979. Escondidos en la casa del embajador de Canadá luego de escapar de la embajada de EEUU, el equipo americano espera mientras las tensiones internacionales aumentan y el riesgo de ser descubiertos crece. Desde las oficinas de la CIA, uno por uno los sucesivos planes de extracción son abandonados hasta que Tony Mendez (Affleck) concibe la disparatada idea de hacer pasar a los refugiados por el equipo de producción de una película de ciencia ficción canadiense en busca de locaciones. Elaborando una compleja fachada que incluye una compañía productora,un guión, afiches publicitarios, prensa y hasta una lectura en vivo del guión (uno de los momentos más sobresalientes del film), Mendez se interna en territorio iraní con la esperanza de rescatar a sus compatriotas.

Affleck se acerca a la historia desde el hiperrealismo. La cámara se mueve en mano, pierde el foco, hace zoom, todo en favor de una forma fílmica que aproxime al espectador a una sensación casi presencial, más próxima al registro documental que a la ficción. Los créditos finales revelan el estudio en el visionado del material de archivo de la época que hace el director, que cuida cada encuadre para que se aproxime al material original (fotos, filmaciones), incluso cambiando el aspecto de la pantalla a 4:3 cuando hace falta reproducir una filmación casera. Este detallismo sumado a la cuidada fotografía "vintage" de Rodrigo Prieto nos ponen directamente en los inicios de la década de los 80, nos trasladan a otra época del cine.

Dos grandes "actos" bien diferenciados estructuran Argo, y se vinculan a la ubicación geográfica del personaje de Tony Mendez: el primero transcurre principalmente en Hollywood, mientras se concreta el plan de Mendez de elaborar una falsa película como excusa para liberar a los diplomáticos. El segundo, con Mendez ya en Irán, narra concretamente la misión de extracción. Affleck maneja a la perfección el cambio de clima necesario entre ambos. Desde su posición como director independiente, el primer acto es una catapulta cargada de humor hacia los mecanismos hollywoodenses. Affleck se rie de la industria y de sí mismo en gran medida, en tanto parte de su carrera se vincula a esa estructura en la que no hace falta ningún tipo de talento para ser un éxito. La solución de Mendez es "la mejor de las malas ideas" en tanto se sostiene en la capacidad infinita de hollywood de hacer creíbles las mentiras, que no es lo mismo que las ficciones: las ficciones que el director ama quedan por fuera de esta denuncia, y se reivindican en los planos que muestran las estanterías del hijo de Mendez cubiertas de juguetes de Star Wars, Star Trek o Planet of the Apes. La transición al segundo acto, que cambia el humor por la tensión, tiene lugar en una estupenda escena en la que en paralelo, un grupo de actores realiza una lectura del guión de "Argo", la falsa película, en el marco de un  gran evento de prensa, mientras que en Irán, los ocupantes de la embajada juegan con los rehenes fingiendo ejecuciones. Es una escena sobre la mentira, sobre la indiferencia: la de hollywood y la de los ocupantes, tratada con tal ambigüedad que resulta difícil decidir cuál de las dos es peor.

En el segundo acto, Affleck da una clase magistral de cómo llevar y hacer creciente la tensión hacia un clímax final. La cámara se torna completamente claustrofóbica y toma a los personajes en incómodos primeros planos que se cierran cada vez más sobre los protagonistas. Las escenas en la camioneta de Mendez junto a los diplomáticos o del falso "scouting" de locaciones en el bazar generan incluso respuestas físicas a esa incomodidad (resulta difícil permanecer en la misma posición en la butaca de la sala). Hacia el clímax final, el ritmo que imprime el director respaldado en el excelente trabajo de edición de William Goldenberg, editor entre otras de Heat (Mann, 1995), transforma los últimos minutos en adrenalina pura.

El elenco de Argo hace en gran medida la película. Junto a un Affleck intencionalmente apagado en su caracterización de Mendez, está el gran (intencional) John Goodman junto a Alan Arkin interpretando a los contactos de la CIA en Hollywood. El director se rodea además de algunas caras más que nada reconocibles para los espectadores de televisión, que se reafirma como la fuente de mayor talento actoral de los últimos tiempos. Así encontramos a Zeljko Ivanek (24, Heroes), Titus Welliver (LOST), Victor Garber (Alias) y el que posiblemente sea uno de los más impactantes actores del medio, el camaleónico Bryan Cranston (Malcom in the Middle, Breaking Bad), confirmando nuevamente que no existe rol al que no pueda acercarse con éxito. 

John Goodman afirma en el primer acto de Argo que "hasta un mono puede dirigir una película". Affleck responde a esa cita con un primerísimo primer plano recurrente, que lo muestra de perfil y conduciendo. El plano se repite de forma sistemática cada vez que Tony Mendez maneja un vehículo. Es un hombre detrás del volante intentando llevar adelante con éxito una misión. Tony Mendez no existe en ese plano: es Affleck, Affleck y sólo Affleck  dirigiendo su película. Lo hace con total éxito.

5.0/5.0


lunes, 12 de noviembre de 2012

skyfall (007 operación: skyfall)


Cada vez que a un nuevo actor le tocaba pedir un vodka martini (revuelto, no agitado) se decía que una nueva era comenzaba en la franquicia cinematográfica más larga de la historia. Los principios y fines de las eras para James Bond se identificaban entonces, exclusivamente, con el ingreso de un nuevo intérprete para ponerse el smoking del agente del Servicio Secreto de Su Majestad más popular de la historia. Pero con el estreno de Casino Royale (Campbell, 2006) se elevaron las apuestas: la "nueva era" de Bond no implicaría únicamente un cambio de protagonista (que lo tuvo, al tomar Daniel Craig el manto de Pierce Brosnan) sino también una reconstrucción del mito de Bond desde el origen; una visión del personaje más adecuada al tiempo que corría. En Goldeneye (Campbell, 1995), la recién estrenada M (Judi Dench) sugería que el agente 007 era un "dinosaurio misógino, una reliquia de la Guerra Fría", y no mentía. La etapa de Brosnan tuvo que adaptarse a un mundo diferente al que supo alimentar los treinta años anteriores de la franquicia, con algunos aciertos pero también fracasos. Al iniciar una nueva era, el razonamiento fue inteligente: tomar conciencia de que seguir atados a una serie que debía ser coherente con más de veinte películas y cuarenta años de cambio en la Historia era esclavizante, y comenzar de cero.

Skyfall, de Sam Mendes (American Beauty, Road to Perdition) es la tercer entrega desde este reseteo de la franquicia que inició Casino Royale y complejiza aun más las dinámicas del nuevo universo del agente 007. La película inicia con una espectacular persecución en la que Bond va tras un hombre que porta una lista con la identidad y misiones de todos los agentes encubiertos del MI6. En el clímax de la secuencia, M (nuevamente Dench) ordena disparar sobre este hombre aun sabiendo que pone en peligro la vida de su agente. El primero escapa y Bond, dado por muerto, comienza una vida oculto y alejado del espionaje, completando de alguna forma las intenciones originales del personaje hacia el final de Casino Royale. Solo cuando el agente se entera de que atentaron contra los cuarteles de MI6 es que decide volver de su retiro y ponerse nuevamente a disposición de M.

En materia narrativa, quizás el aspecto más fuerte de Skyfall (y probablemente de todo el reseteo de la serie) sea el de aportar nuevas dimensiones a la persona de Bond. James Bond fue históricamente lo que la teoría del guión describe como un "personaje plano"; es decir, un personaje que no se desarrolla ni evoluciona conforme transcurre la (o las) película(s), no por fallas en el guión, sino porque el personaje no lo necesitaba para desenvolverse dentro del universo fílmico que lo contenía. Con Craig encarnado al personaje en sus primeros años, la oportunidad de convertirlo en "algo más" de lo que ya era resultaba tentadora, y Skyfall continúa en la línea de los dos films anteriores, esta vez, elaborando en torno a dos ejes principales: la relevancia de su propio trabajo, y su relación con M, que Casino Royale y Quantum of Solace (Forster, 2008) comenzaban a sugerir. Este tríptico de la era Craig tiene a Bond cuestionando su frialdad, su capacidad para sentir, sus lealtades y sus orígenes (algo que solo los seguidores de la serie literaria conocían de momento). De hecho, esta continuidad en el desarrollo del personaje hace que por primera vez en cincuenta años, los films de Bond dejen de ser 100% independientes, y aun cuando Skyfall es un film completamente autocontenido, el visionado de las dos entregas previas contribuyen (y mucho) a la profundización en este nuevo 007 y su universo.

Pero este Bond "humano" es además el Bond más intensamente físico de la serie desde que Sean Connery dejara el papel. La constante física del 007 de Craig  es la persecución. Bond corre más en estas últimas tres películas que en las anteriores veinte combinadas y esa acción se transforma a la vez en un elemento más de construcción del personaje: la intensidad y determinación del agente son mayores que nunca.

El formato impulsado por los personajes de este nuevo Bond, hace del director Sam Mendes una elección más que acertada y una valiosa adición a la extensa lista de realizadores que contribuyeron con la serie. Con el foco puesto en el viaje emocional de su protagonista, Mendes no olvida ni reniega de las citas obligadas en un film de 007, pero se las ingenia para dirigir la acción en favor de ese viaje, de forma electrizante pero sin caer en los comodísmos actuales del cine de acción, de los que Quantum of Solace era víctima. La cámara se queda donde tiene que quedarse y no registra infinidad de planos instantáneos para la edición. Mendes además se las ingenia para insertar los elementos del Bond "clásico" en este universo, enfantizando que se trata de un nuevo cominenzo, pero que se sigue tratando sin lugar a dudas de James Bond. Secuencias marcadamente "bondianas" (todo el viaje a China, por ejemplo, incluída la pelea con unos villanos y un gigantesco reptil) se unen a cuidadas referencias a la Historia del personaje: la re-introducción de Q, los guiños a los artilugios de antiguas películas, y varios más, visibles y no tanto, que no se van a revelar en esta reseña. 

Skyfall se beneficia además del estupendo trabajo de sus intérpretes principales: Craig y Dench están en el escalón más alto de sus contribuciones a la serie y cada escena que comparten es un punto alto de la película. Javier Bardem trae en la piel de Raoul Silva algo que la franquicia de Bond no tenía desde los ochenta: un villano verdaderamente memorable, y posiblemente de los mejores de la serie. Bardem se adueña de cada uno de sus escasos minutos en pantalla y resulta considerablemente menos acartonado que la gran mayoría de sus predecesores.

Hay un gran componente meta textual en Skyfall que no debe ser pasado por alto. La "muerte y resurrección" del agente, la trama política en la que se cuestiona la relevancia del trabajo de M y el MI6, la re-inserción de Bond en un mundo en el que ya no sirve una pluma explosiva como arma y el cuestionamiento constante a la capacidad del agente de seguirle el paso a ese mundo hablan en definitiva de la franquicia toda y su persistencia en el tiempo. Bond luchó y sobrevivió al peor de sus enemigos: la bancarrota de la MGM en 2010, y se mantiene firme en las taquillas. A 50 años del Dr. No (Young, 1962), Skyfall es un "statement" de que la franquicia más duradera y extensa de la historia del cine puede resurgir, adaptarse a este tiempo y seguir tan vigente como siempre.

Una de las mejores películas de la serie y más que sólido film fuera de ella.

4.5/5.0