domingo, 28 de agosto de 2011

super 8


Hubo una época en la que la expresión “la magia del cine” no era un cliché ridículo, sino una realidad observable e innegable. Era la época en la que los espectadores se maravillaban al ver explotar una estación espacial hecha con cartones y palitos de helado, o al ver la silueta de una bicicleta y sus dos pasajeros recortada frente a la luna llena. Esa era la época en la que un joven J.J. Abrams (Mission: Impossible III, Star Trek), maravillado por las fantasías que cobraban realidad en la pantalla, empezaba a armar sus películas caseras con su cámara super 8. Abrams tenía solo once años cuando se estrenó Close Encounters of the Third Kind (Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, 1977), dieciséis para el estreno de E.T. the Extra- Terrestrial (1982), pero aún a tan temprana edad, la marca que dejaría el cine de Steven Spielberg en el muchacho lo impulsaría, muchos años después, a buscar recrear esa magia.
Las credenciales de J.J. Abrams, tanto en el cine como en la televisión (Alias, Fringe, LOST) hablan de la búsqueda de maravillar a los espectadores, como hacía aquel cine de mediados de los setenta y principios de los ochenta; y Super 8 es quizás, más que otra expresión de esa búsqueda, un homenaje nostálgico de un tiempo distinto, más inocente, más fantástico.
En Super 8, un grupo de niños filmando una película noir-romántica de zombies presencia un espectacular accidente de tren que conmociona a su pequeña comunidad en Ohio. La aparición repentina de las fuerzas armadas y sucesos misteriosos que empiezan a  repetirse en el pueblo hacen sospechar a los jóvenes que lo que ocurrió en las vías del tren fue algo más que un accidente, y despertar su curiosidad lo suficiente como para involucrarse de lleno en la investigación. En esta sencilla premisa, Abrams (quien también escribe el guión), elabora una creciente red de misterios que, sin resultar cautivantes al extremo de los grandes momentos de sus series televisivas, crean el escenario ideal para desarrollar las relaciones entre sus personajes. Verdaderos voceros de otra época del cine, los protagonistas de Super 8, niños y adolescentes en su mayoría, nos recuerdan a nosotros los espectadores una verdad fundamental que el cine de ciencia ficción moderno parece haber olvidado: una invasión extraterrestre, una batalla intergaláctica, un viaje en el tiempo solo resultan interesantes si queremos a los personajes involucrados. En el bombardeo de 3-D, pantalla verde y CGI de este siglo, Abrams nos recuerda que la magia no está solo en hacer creíble al ojo el dialogo entre un alien y un humano, sino en hacer que me importe. Es por eso que Super 8 es una joyita entre tanta mediocridad reciente para el cine de ciencia ficción, por atreverse a llenar de sentimiento e inocencia pantallas que hace tiempo se olvidaron de lo que eso significaba.
Es cierto que cualquier aficionado del primer cine de Spielberg puede deducir con bastante éxito el rumbo de Super 8, pero esto no hace la película menos disfrutable en lo más mínimo, al contrario, potencia nuestra conexión con aquellas películas a las que homenajea y nos satisface en ese sentido.
Una mención obligada es para Michael Giacchino, si J.J. Abrams es el Spielberg del siglo XXI, entonces Giacchino es sin dudas el John Williams de su tiempo y no creo exagerar si digo que este hombre puede musicalizar un cuadro en negro por un par de minutos y sacarle lágrimas a todos los espectadores de la sala.
Para aquellos que crecimos soñando los sábados de tarde con ser parte de la caravana de bicicletas de Elliot, o miembros de la tripulación del ORCA, o simplemente ser un Goonie, Super 8 es la oportunidad de volver a ese tiempo, y verificar a la vez, que es posible seguir haciendo cine que sea, sencillamente y sin cliché alguno, MÁGICO

4.5/5.0

Gracias por leer, son un público maravilloso
Gonza