miércoles, 19 de junio de 2013

to the wonder (sin titular aun en américa latina)


Para alegría tanto de los que lo respaldan (respaldamos) como de los que se entretienen odiándolo, la más reciente película de Terrence Malick (The Thin Red Line, The Tree of Life),  no se hizo esperar. Luego de tan sólo dos años desde The Tree of Life (recordemos que con el americano existe la posibilidad de esperar hasta veinte años entre película y película) Malick vuelve a pararse en la pantalla con la contundencia de su trabajo más reciente, y preparando ya dos entradas nuevas en su filmografía.

Aun cuando no se trate de una secuela, To The Wonder remite tanto en la forma como en la materia, a su prima cercana (como bien la llamó un compañero de estudios), The Tree of Life. Intentar sintetizar una "trama" sería practicar un reduccionismo a la experiencia que propone el director (aunque posiblemente sea de esta dificultad de la que se agarren muchos de sus detractores). Podría decirse que, de alguna manera, la película sigue a Marina (Olga Kurylenko) y Neil (Ben Affleck) y su relación desde su paso por Francia, la mudanza de Marina y su hija a Oklahoma, su regreso a París y posterior vuelta. Podría decirse también que To The Wonder es en realidad la historia paralela del Padre Quintana (Javier Bardem), su crisis de fe y la búsqueda incesante de encuentro con Dios. Pero en realidad, los "temas" con Malick suelen ser más grandes, y To The Wonder es, en su esencia, una película sobre el Amor (sí, con mayúsculas), que no es lo mismo que una película de amor.

Malick se pregunta sobre el amor en términos metafísicos, trascendentales, alejado de cualquier tipo de banalidad de las que abundan en el cine cuando se habla de "la palabra con A". Como tal, y acorde a la mirada intensamente espiritual del director, todo el hecho fílmico se transforma en una suerte de experiencia trascendente (el punto más fuerte de parentesco con su antecesora). En To The Wonder las reglas clásicas y las convenciones del montaje tradicional se dejan de lado no en busca de evidenciar el hecho fílmico, sino, muy por el contrario, de presentarlo desde la mística. Así, los cortes abruptos, los saltos y otros recursos no son tanto generadores del choque con el espectador sino constructores de la gran sinfonía (no hay otra palabra, aunque suene grande) que es esta película.

Los personajes de Malick son excusas (en un buen sentido), avatares de las búsquedas humanas universales y como tales, no extraña que una conversación pueda sostenerse en dos idiomas diferentes. Inglés, francés, español e italiano son las lenguas que predominan en una película que es casi exenta de diálogos. Los idiomas no importan, puesto que las preguntas son más elevadas, y de esa manera son tratadas por el director. En línea con esta percepción de los personajes más como iconos, Malick realiza un tratamiento fascinante en el que, quizás de forma inconsciente, los asociamos a los arquetipos del cine de acuerdo a sus nacionalidades. Así, Marina (francesa) se presenta en un constante escape de la cámara. Marina corre y baila huyéndole a una cámara que la persigue sin alcanzarla jamás, pero que cada tanto (y cuando ella quiere) la captura mirando y sonriéndole por sobre su hombro. Mientras que Jane (Rachel McAdams), el otro amor de Neil, se adapta a las formas de la mujer más tradicional del cine norteamericano, Anna (Romina Mondello), la compañera italiana de Marina es pura pulsión y explosión. Affleck es la elección perfecta para un parco y callado trabajador casi rural de los Estados Unidos, y Bardem se adueña de cada momento que tiene en pantalla y de cada momento en la que su voz, en su idioma natal, reflexiona sobre sus búsquedas. 

El voice over sustituye a los diálogos, que con frecuencia se mutean intencionalmente. Cada frase, que tomada fuera del film podría leerse como una poesía rayando lo cursi, se sustenta y crece en las imágenes que la acompañan, respaldando al director en su mirada espiritual de los asuntos más humanos, cuyas experiencias resultan absolutamente reales gracias a la fuerza de los intérpretes.

La fotografía vuelve a estar a cargo de Emmanuel Lubezki que parece entender a la perfección lo que Malick necesita de él para su película. La luz es para el director funcional a la historia en tanto es la materia en nuestro mundo del amor trascendente, y la trabaja de modo que podría decirse que incluso To The Wonder es una película sobre la luz (y lo que significa). Los personajes buscan el amor (de otro ser humano, propio, de Dios) sin darse cuenta que ya se encuentran bañados por él en la luz. La realización/trascendencia de los mismos (y de la especie en definitiva) solo ocurre al constatar que ya estamos cubiertos de luz en este mundo.El quiebre de Neil, la oración de Bardem hacia el final de la película (que hace dudar si no es en definitiva todo el film una gran oración de su director) y el plano final en el que Marina ya no corre y descansa no son más que la esperanza de Malick en el llamado del hombre a trascender.

Imposible pensar en otra persona hoy en día capaz de filmar como Malick, y para suerte de todos nosotros, parece que la espera no será tan larga esta vez hasta el nuevo encuentro. Mientras tanto, To The Wonder ilumina y nos maravilla. Brillante.

5.0/5.0

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