jueves, 13 de junio de 2013

man of steel (el hombre de acero)



Superman es el icono más grande de la cultura pop de la historia. Con 75 años recién cumplidos el personaje esperaba una nueva adaptación en el cine luego del fracaso de la injustamente condenada y en general incomprendida Superman Returns (Singer, 2006). Man of Steel es la visión de Zack Snyder de un Superman para nuestra época, una búsqueda de separarse por completo de la versión del héroe que iniciara Richard Donner en 1978 (uno de los elementos que más fuertemente se critican a la película de Singer) y empezar de cero con una nueva interpretación del personaje. 

El origen se mantiene más o menos como lo conocemos desde 1938 (aquellos que vivían en esa época al menos): Kal-El (Henry Cavill) es el último hijo de Krypton, un planeta al borde de la muerte. Enviado a la Tierra por sus padres Jor-El (Russell Crowe) y Lara (Ayelet Zurer), es adoptado por Jonathan y Martha Kent (Kevin Costner y Diane Lane), una amable pareja de Kansas que lo acompaña a medida que va descubriendo sus poderes. Ya adulto, Clark Kent deambula por el mundo escondiéndose, preguntándose sobre su existencia y ayudando gente de forma anónima cuando se presenta la ocasión hasta descubrir los restos de una nave de exploración kryptoniana, en la que se reencuentra con el "recuerdo" de su padre y su herencia kryptoniana. Pero cuando las fuerzas del General Zod (Michael Shannon, lo mejorcito del film), sobrevivientes de la destrucción de Krypton, llegan a la Tierra en busca del macguffin (el códice que permitirá refundar el planeta perdido), Superman deberá elegir entre ser un hijo de su planeta, o un ser humano.

El principal problema de Man of Steel es proponerse a sí misma, y proponerle a sus personajes cosas que jamás llegan a ser. Así como el héroe de título (aunque no tanto en esta versión), la película posee una doble identidad, dos fuerzas que la llevan por caminos opuestos generando un cuerpo de dos horas y media que carece de unidad: la de Snyder, y la del productor-escritor, Christopher Nolan. Luego del prólogo en Kryptón que se extiende por demás en mostrar a Jor-El como héroe de acción, la película nos encuentra con un Clark Kent ya adulto, recorriendo el mundo escondiendo sus capacidades. La estructura no lineal, característica de la pluma de Nolan le queda grande a un Snyder que no opera cómodo fuera de la la narrativa más convencional y que no se atreve a sostener un plano que pueda invitar verdaderamente a la introspección: cuando Clark flota en el mar, vamos inmediatamente a un flashback en el que Martha le sugiere que nade hacia una isla imaginaria. Cuando Clark ve un ómnibus escolar, vamos inmediatamente a un flashback de un accidente en un ómnibus escolar, y de ahí en más con varios otros flashbacks anunciados. La estructura del flashback parece entonces más un chiste que un dispositivo que aporte verdadera complejidad narrativa a la película. Quizás sea Nolan el único hombre capaz de filmar sus propias historias, quizás no. Lo cierto es que Dos personalidades cinematográficas tan distitnas como la de Snyder y Nolan, no llegaron al lugar de encuentro en Man of Steel.

En el centro de la cuestión está la decisión de Clark/Kal-El: ser humano, o ser kryptoniano, y aunque la resolución de ese conflicto nos pueda parecer obvia, Snyder nos priva de entender el camino que lleva a la misma. Apurado por llegar a la acción trepidante, el director se saca de encima lo más rápido que puede el primer acto exclusivamente expositivo, y paga finalmente el precio de ese apuro presentando a un Superman que se dice humano, pero que no está construido como tal. La estructura narrativa de la película le permite a Snyder obviar los elementos del mito de Superman que el director entiende conocidos por todos (y es cierto que así lo es), pero que hacen la esencia de lo que el film pretendía ser. Entonces, mientras el director nos regala casi media hora de Jor-El realizando acrobacias y volando en su mariposa-dragón, nos priva del momento esencial que hace a Superman humano: la adopción de sus padres terrestres. Cuando su nave está a punto de estrellarse cerca de la granja de los Kent, Snyder corta a una secuencia en la que Clark trabaja en un barco pesquero, para no volver a su llegada nunca más. El conflicto moral del héroe, que debía pasar por ser verdaderamente hijo de dos mundos y tener que tomar una decisión, se hace flaco al no presentarse efectivamente su "nacimiento" en la Tierra (lo que hace que en definitiva Superman sea realmente de los dos mundos), en contrario del parto en Krypton que sí vemos. El gesto de mayor amor y más humano de toda la rica historia del hombre de acero, de una pareja adoptando a un niño desconocido más allá del miedo que implican las circunstancias de su llegada no existe para Snyder. Por el contrario, el director se concentra durante la mayor parte de las vueltas atrás, en mostrarnos a un niño víctima constante del bullying y del esquizofrénico discurso de un padre que le dice que "va a cambiar el mundo" pero que no hay nada de malo en hacerlo "trabajando en la granja". El elemento de alienación, existente y de gran fuerza en el personaje de Superman, debe ir necesariamente acompañado por el amor manifiesto que lo rodea en su crecimiento y la posterior inserción del personaje en el mundo de los hombres, de lo que Snyder solo coloca chispas. Lo demás: miedo, terror y paranoia.

La dimensión mesiánica del personaje es otra de las promesas sin cumplir en beneficio de dos horas de edificios explotando, una nota a pie de página y nada más. Jor-El explica a Kal-El (con palabras de Grant Morrison) que su presencia debe inspirar a los hombres al bien, que él será quien los ayude a lograr maravillas, pero el tratamiento del personaje está lejos de brindar al esperanza que el símbolo de su casa kryptoniana representa. No hay esperanza en el Superman de Snyder, no hay inspiración, porque sencillamente, no hay contacto humano. En la visión del director de que todo debe ser gigante y espectacular ante los ojos, se pierde la sencillez del pequeño gesto que hace a Superman "el mejor de todos nosotros". No hay tiempo para la guiñada, para la sonrisa, para bajar al gato del árbol, para hacer de Superman el "eterno boy scout" en el universo amargado y con pretensiones de ultra realismo de Nolan y Snyder, que sólo le permite la felicidad en un momento (el mejor de la película), en el que Superman vuela por primera vez. La esperanza y la posibilidad de sacar lo mejor de los humanos se reducen en Man of Steel a dos referencias de pasada a su condición de dios entre los hombres, en un plano en el que el héroe aparece como un crucificado en el espacio luego de que Jor-El lo envíe a salvar al mundo, en el chiste de darle 33 años y en un par de planos a contraluz de Superman con capa al viento. Lo "bueno de los hombres" aparece en los funcionarios del Daily Planet (intrascendentes y prescindibles cada uno de ellos), que no han conocido aun a Superman y que operan como operan por su propia cuenta durante la destrucción de Metropolis, sin necesidad de ninguna figura inspiradora.

Lo que ocupa a Man of Steel durante casi dos horas de su duración es la acción descomunal. A Snyder no le interesa que no exista historia para sostener los 143 minutos de película, siempre que las explosiones y la destrucción se vean bien. Superman jamás se plantea llevar el enfrentamiento final con Zod a una zona alejada, porque la demolición sistemática y reiterada de altos rascacielos (y con seguridad la consecuente muerte de varios millares de los humanos que el héroe ama) se ven mucho mejor en 3D que pelear en el desierto. Cuando el estilo se impone sobre la materia, y no al revés, nos encontramos en presencia no de un director, sino de un esteticista. De un hombre que cree que puede dotar de solemnidad e introspección a su película (y a su héroe) poblándola de planos detalle de hamacas, pomos de puerta, ropa colgada y otros objetos que él entiende contemplativos,  mientras que se olvida de lo esencial: de sus personajes, a quienes abarrota con líneas de diálogo que sonaban espectaculares en los trailers, pero que en la continuidad de la narrativa aparecen blandas y salidas de la nada ("El mundo es demasiado grande, mamá" es la respuesta natural de un niño de unos cinco años que acaba de ver a toda su clase como si fueran esqueletos). No hay personajes porque la construcción de un blockbuster en el año 2013 no puede cederle al héroe minutos de pantalla en los que se ponga los lentes y se vincule con otros seres humanos si eso quita tiempo a los cuarenta minutos de pelea en Kansas, que luego se pasan a cincuenta de pelea en Metrópolis. La química con Lois Lane (Amy Adams) es inexistente y el elemento romántico completamente descolgado.

Las actuaciones consistentes de algunos de sus interpretes salvan algún punto de la película. Shannon es un más que interesante Zod, y Kevin Costner es el hombre ideal para esta versión de Jonathan Kent. Crowe, que publicamente tomaba el pelo a los atuendos de  Marlon Brando en el original de Donner, se defiende en las escenas de acción, pero está años luz del carisma de Brando como padre solemne, sobre todo cuando se pasea como fantasma al que hay que perseguir por las naves kryptonianas, una mezcla entre conejo blanco y niño de película de terror. Cavill sostiene con altura la exigencia física de interpretar a un personaje como Superman, pero queda flaco como salvador, aunque no se trate enteramente de su culpa, sino de un tratamiento vago del personaje. Su mirada entristecida no inspira, su ausencia de sonrisa no invita a la esperanza de la casa de El. Amy Adams hace lo que puede con lo que tiene, que no es mucho.

Una película que podría habernos hecho creer que un hombre puede volar en el siglo XXI, y aunque  lo vimos hacerlo de forma espectacular, yo al menos, sigo desconfiando.

1.5/5.0





2 comentarios:

  1. El lunes veo la pelicula. Si es como tu decis. Seras un buen critico, sino te destrozo.

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  2. A mi me encanta la fotografía y la historia que se maneja en El hombre de acero y ahora con Batman esto se pondrá mejor

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