Para bien o para mal, una cosa es segura:
cada vez que Ang Lee (Brokeback Mountain, Hulk) agrega un título a su
filmografía, la gente habla de ello. Lee toma la posta que rechazaran
directores de peso como Alfonso Cuarón, M. Night Shyamalan o Jean Pierre Jeunet,
de adaptar fílmicamente la novela en teoría infilmable de Yann Martel. El
resultado es una maravilla, posiblemente el film más visualmente impactante del
año.
Life of Pi (inexplicablemente traducida como Una aventura extraordinaria)
inicia cuando un novelista canadiense visita a Piscine Patel (Pi), un
inmigrante indio, en busca de una historia para su próxima novela. Advertido de
que el relato "lo hará creer en Dios", el escritor escucha fascinado
el periplo del protagonista. Cuando el zoológico de la familia de Pi quiebra en
India, su padre decide trasladarse a Canadá y vender allí algunos de sus
animales. Pero en medio del océano, una tormenta hace naufragar el navío y deja
a Pi a la deriva en un bote salvavidas, con la única compañía de Richard Parker,
un tigre de bengala.
El desafío para Lee es particular tanto en
forma (cómo hacer interesantes dos horas de un adolescente y un tigre en una
balsa) como en contenido (de qué se tratan las dos horas del adolescente y el
tigre en la balsa), y es quizás esa dificultad la que haya alejado a otros
directores del proyecto. Lee sin embargo entiende que el agua es un lugar para
experimentar con las formas, y haciendo uso de las mejores posibilidades del
3-D (a la par de Hugo o Avatar), convierte al agua en un
personaje más de la película, la dota de vida como en otro tiempo hicieran
Kurosawa o Tarkovski. Para Lee, el agua es agua, pero es también paleta de
colores, espejo, lienzo, fauna, vida, y la filma como John Ford filmaba el
cielo. No hay lugar a dudas de que el acercamiento de Lee a este elemento
quedará como una referencia ineludible dentro del cine. El realizador, de la
mano de su director de fotografía Claudio Miranda, utiliza al agua para conferir al relato de la
cuota de realismo mágico que necesita, y gana además en una experiencia visual
completamente impactante.
Pero el deleite visual de Life of Pi sólo funciona en realidad si
se atreve a ser algo más que imágenes bonitas, y se pone a disposición de la
historia que Lee desea contar: el contenido, el otro desafío. En el fondo del
relato de Pi Patel está la pregunta sobre la trascendencia; no ya la existencia
de un dios en particular, algo de lo que Pi se desembaraza temprano en la
película aceptando como propias todas las principales religiones y sus deidades
y sin encontrar en ellas mayores contradicciones, sino la trascendencia en sí
misma: ¿existe algo más allá de nuestra vida en la Tierra? ¿Hay un plan mayor o
estamos sólo de paso? Lee no pretende dar respuestas tanto como plantear las
preguntas y dejar abiertas ambas posibilidades, pero la clave que lo separa del
cineasta del montón, es que lo hace en medios puramente visuales; así, existe
una forma y una estética específica para cada una de estas dos lecturas de la
vida, y queda en manos del espectador decidir por una u otra.
Cine, porque no hay otra palabra para la
experiencia que plantea Lee en Life of Pi. Verla es ver CINE. Trasciende.
4.5/5.0